domingo, 17 de mayo de 2009

Momentánea suspensión de la duda

Diálogo entre Enrique Pezzoni y Alberto Girri

El siguiente es uno de los diálogos que mantuvieron el crítico literario Enrique Pezzoni (1926-1989) y el poeta Alberto Girri (1919-1991) en Radio Municipal en 1976. El material fue extraído de un audio cedido por el archivo de la Audiovideoteca de Escritores de Buenos Aires. Éstas son las problemáticas que se planteaban ambos al debatir, hace exactamente tres décadas, el rol de la crítica literaria.

Alberto Girri. Le propongo que dediquemos nuestro diálogo a cuestiones relacionadas con la crítica, especialmente con el ejercicio de esta noble profesión tan a menudo mal baratada por los aficionados. He leído hace un tiempo un ensayo que se atreve a plantear la siguiente cuestión: ¿es posible la crítica? O mejor dicho: ¿cómo es posible que alguien pueda ejercer la crítica? Cuál es, antes que nada, la distinción entre crítico y el mero comentador de libros. Yo quisiera, Pezzoni, que usted opinase –antes de llegar a una contestación posible al interrogante– con relación a los cambios que hubo, a partir del siglo XIX, con el formidable desarrollo de las industrias del libro y de la comunicación que han implicado un cambio fundamental en la mentalidad del lector, del crítico y los puntos de vista sobre la crítica.

Enrique Pezzoni. Yo le diría, Girri, que uno de los cambios que me parecen más fundamentales en la época actual, en cuanto al fenómeno de la crítica literaria, es la desaparición de la concepción de la crítica literaria como algo esclavo con respecto a la creación de los libros. Es decir, desde luego es válida la distinción entre críticos y meros reseñadores de libros, sin que haya en esto un matiz de desprecio por los reseñadores; entiendo por reseñadores a los que informan acerca del contenido de los libros y cumplen la función de una solapa de un libro, más o menos bien desarrollada. Pero me parece que el cambio fundamental es que la obra crítica no sea simplemente una explicitación del fenómeno que es cada libro en sí, sino un intento de discurrir acerca de lo que es la literatura y de crear en torno a la literatura una serie de visiones del fenómeno literario y de la razón de ser del fenómeno literario. Es decir, sin caer en el extremo que sostenía hace tiempo un autor como Anatole France que sostenía neorrománticamente que el crítico hace una forma de creación como la del escritor, esta crítica hace una forma de creación en otro sentido en cuanto a que ilumina lo que la literatura es, a partir de cada libro.

Girri. ¿No le parece un cambio fundamental que en la actualidad es absolutamente imposible concebir una especie de crítico dictatorial, es decir alguien que valido de determinada información o conocimiento de la producción de los libros en general, pudiese ejercer una especie de dictadura constante determinando sobre la validez o no de los libros? Partiendo del hecho de que la profusión de libros es tal que es absolutamente imposible que haya alguien totalmente actualizado respecto de cuanto se edita.

Pezzoni. No, yo no creo que pueda existir un crítico tiránico en el sentido de que sus opiniones sobre tales o cuales libros o tendencias de la literatura contemporánea puedan ser de una validez o importancia tiránica. Pero pienso sí que son importantes y ejercen duradera influencia y, sobre todo, una especie de fascinación tanto sobre especialistas como sobre lectores y escritores, no en cuanto a las opiniones sobre los libros sino en cuanto a la literatura. Me refiero a un tipo de crítica que trabaja sobre modelos de la literatura, acerca de concepciones acerca de lo que la literatura es.
Creo importante decir que hay dos tipos de crítica. Una es la crítica de especialistas, estudiosos de la teoría literaria, es decir, de movimientos teóricos acerca de lo que es la literatura, y otro es la crítica periodística. Ojo que no quiero dar al rótulo “crítica periodística” el menor matiz peyorativo. Pero entiendo que hay una crítica académica surgida de los ámbitos universitarios, que se dirige a lectores especializados y que tiene bases teóricas muy determinadas. Y hay otro tipo de crítica cuyo factor esencial que no puede desestimar es la necesidad de informar a un público más vasto acerca de la manera de ser de los libros, el contenido y valoración de los libros, y también acerca del movimiento de lo que está pasando en un país en un momento determinado. Estos dos ámbitos de alguna manera son conscientes el uno del otro, y eso es importante. Generalmente, en la crítica periodística lo que ha existido siempre es el tipo de crítica llamada “impresionista”, es el crítico que desde su punto de vista y por razones personales opina sobre un libro, con matices diversos de talento literario, de honestidad, en el sentido de tratar de llegar, a pesar de su actitud impresionista, de llegar a un juicio lo más objetivo y desapasionado posible. En este tipo de crítica, insisto, lo que influye siempre es el talento y la personalidad del crítico. En muchos casos, lo que más interesa en este tipo de crítica es informarnos acerca de la personalidad de un crítico que enfrente un libro. Y en el sentido que me resulta interesante el cotejo de lo que me ilumina de crítico enfrentado con el libro, más de lo que me ilumina el libro mismo. Estoy pensando en textos críticos de Gide, que muy inteligentemente denominó “Pre-textos”, es decir: ocasiones de manifestarse de lo sugerido por un libro.

Girri. O los notables estudios críticos de Proust sobre la obra de Balzac. No creo que Proust entrara a esos textos con una actitud erudita o académica.

Pezzoni. Por otro lado, está la otra crítica que surge de los ámbitos universitarios. En nuestro país, por otra parte, ha habido dos grandes movimientos de crítica literaria. Uno ha sido la escuela estilística, que trajeron a la Argentina los discípulos de la estilística romance, y que trajo, por ejemplo, Amado Alonso. En épocas no demasiado alejadas, el famoso estructuralismo francés que invadió las universidades argentinas, como invadió las de Estados Unidos –no sucedió lo mismo con Inglaterra que siempre fue anti-estructuralista–, de allí sale un grupo de críticos más especializados que se dirige a públicos más especializados.

Girri. ¿Qué función cumple un estudio crítico con relación al lector inocente, directo y de buena voluntad?

Pezzoni. Ningún libro de crítica se propone actuar de cicerone para el lector, diciendo que es necesario leer el libro más el texto crítico para entender el libro. Se propone iluminar una de las tantas y múltiples facetas que pueden descubrirse en un libro. Yo no creo que la función de la crítica sea erigirse en adminículo imprescindible para todo lector para que entienda la literatura. Yo creo que la función crítica asume la aventura deleitosa y cargada de riesgo y fascinante de preguntarse qué es ese libro y preguntarse qué significa ese libro con respecto a lo que la literatura es. Entiendo que el lector que puede acceder a un texto crítico encontrará una visión mucho más enriquecida, e incluso encuentra un contrario dialéctico al cual oponerse sobre la interpretación de un libro que va siempre a enriquecer su concepción del libro.

Girri. Pero no conviene que se ponga demasiado en práctica aquello que dijo un novelista, que la situación es bastante difícil en estos momentos porque los profesores y teóricos de la literatura han considerado que la literatura es algo demasiado interesante como para ser dejado en mano de los escritores. Es decir, no transformemos las cosas en un aparato crítico de modo tal que el texto se convierta en algo que no es.

Pezzoni. Sí, pero conviene que los eruditos y los profesores procuren dilucidar el misterio que es toda obra ordinaria. Me parece que es lícito preguntarse por la manera de funcionar de eso que se llama literatura, por la manera de funcionar de los contactos entre la literatura y la realidad. A mí me apasionan las teorías por lo que revelan en ambos sentidos, en el cotejo realidad-imaginación. (…) Cuando leo crítica, cuando me entusiasmo con las construcciones críticas, estoy tratando de cotejar mis impresiones de lector ingenuo que siempre permanecen (y que si no existieran harían imposible la literatura), con las revelaciones que me produce la crítica. Para mí sigue teniendo validez absoluta aquella vieja definición de Coleridge acerca de lo literario. La literatura es aquello que produce una momentánea suspensión de la duda. Es decir, le otorgamos fe a lo que estamos leyendo. Pero a la vez, el aparato crítico me revela cómo se produce esta suspensión de la duda y me ilumina ambos campos: el fenómeno literario y su conexión con lo real. (…)
Ahora en sus preguntas hay otra cosa implícita: en qué medida estos estudios serios que responden a bases teóricas firmes, influyen no sólo sobre el lector sino también sobre la crítica contemporánea.

Girri. Bueno, sobre la crítica y, paradojalmente, sobre el propio autor del libro al cual se ha dedicado el estudio. Pero, el lector que acude posteriormente a un libro comentado, un autor que él ha leído, ¿cómo lo lee? ¿Como un alumno ante un profesor que dicta una serie de normas con respecto a un autor que él conoce? Quiero decir esto: es admisible la existencia de un crítico de una calidad noble y esclarecedor si ese crítico no es un creador.

Pezzoni. Yo creo que el placer de la lectura crítica no es un placer único. Tiene facetas muy diferentes. Yo puedo sentir un placer de lectura crítica cuando leo por ejemplo a ese dictador de la literatura que fue T. S. Eliot. Es el placer de un estudioso de la literatura que se encuentra con visiones del fenómeno literario hechas con rigor, reveladoras del fenómeno crítico. Hay dos tipos de placer diferentes; no es lo mismo el placer de una persona totalmente desprovista de una mínima información acerca de cierto aparato o modelo teórico de la literatura y que no puede acceder a cierto vocabulario crítico, que el de un lector totalmente desprovisto de ese aparato. Desde luego, existe el mal crítico supuestamente profesional, que no hace sino aplicar pasivamente modelos y adquiere una jerga cuasi científica sin ninguna capacidad imaginativa. Yo creo que el rigor científico va unido a una gran capacidad de fantasía e imaginación, desde luego sustentada por una coherencia y un rigor muy profundos.

Girri. De todos modos yo he leído libros de Roland Barthes y, me interesase o no el desmenuzamiento de la obra de algún autor, lo que me sorprende es la soltura estilística y la capacidad de escritor con la que Barthes se entrega a ese juego de la inteligencia, de la erudición, de la imaginación creadora a un texto ya escrito. Es decir, Pezzoni, ¿se podría llegar a la conclusión de que en realidad no debería haber una división entre críticos y creadores, sino entre buenos y malos escritores?

Pezzoni. Estoy totalmente de acuerdo con lo que acaba de decir. Cuando yo leo una obra como la de Barthes, o como los trabajos de Julia Kristeva –que requieren una serie de conocimientos sin los cuales es muy difícil entenderlos–, o trabajos como los de Piglia en Argentina, que está iluminando la obra de Roberto Arlt, desde diferentes perspectivas entre sociológicas y a la vez verbalistas de la literatura, los leo como escritores. Sus trabajos críticos me interesan como una muestra de literatura crítica, pero de literatura al fin.

Girri. Es decir que otra de las conclusiones [a] que podemos llegar, beneficiosa para la crítica –o por lo menos en un intento de quitarle el manto ominoso que aterroriza a tantos escritores o lectores–, es que un crítico más o menos inspirado toma al autor y lo comenta no para hablar del autor propiamente dicho como tal, sino como un pretexto para el cual –aclarando la naturaleza de lo que ese autor ha dicho– crea un personaje similar al de una novela. Es decir, termina por transformar ese estudio en el hallazgo de un personaje que, en el plano de la crítica, tiene el mismo nivel que el hallazgo de un personaje literario.

Pezzoni. Exactamente. Lo que pasa es que en algunos los críticos ese trabajo consiste en definir ese fenomenal personaje que se llama La Literatura.

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